sábado, 24 de febrero de 2018

AL FILO DEL OJO de Omar Castillo / Víctor Bustamante

Fotografía de Napoleón Velásquez G.

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AL FILO DEL OJO de Omar Castillo

Víctor Bustamante

Hay varias formas de abordar la realidad poética en un momento determinado. Una de ellas enfundado y buscando brillo al hablar solo de escritores importantes, entre comillas, muchos de ellos impuestos por el marketing y el insidioso mundo editorial, donde se confunde literatura y negocios. Esto trae como retaliación una manera de escudarse y vivir del brillo de los poetas de relieve. Otra es la comodidad del mundillo académico pervertido y cifrado solo en escudarse tras el prestigio del legado de escritores muertos, impidiendo que haya una reflexión sobre el presente, lo cual excluye, y deja de lado a los escritores actuales, hasta que un remoto historiador los recobre. Todo lo anterior por pereza de buscar aspectos diferentes, como si nos señalaran para decir que esos escritores fueron de mayor fuste. Todo esto debido a ese lastre borgiano, admitido como mandamiento, cuando añadió que el antólogo verdadero es el tiempo, y esa cuasi sentencia mal entendida trajo como seña y saña olvidar las escrituras actuales. De tal manera añaden algo en este desalojo, que siempre la literatura está en otra parte; entre más lejos mejor. Ambas decisiones juegan con las cartas marcadas. Además, en esta revisión, en esta exacerbación por la pos eternidad, por la posteridad, perdura cierto atisbo de retaliación en quienes escriben sin su aquiescencia y sin sus permisos y entelequias. Aunque aclaro que muchos escritores que nos antecedieron son nuestro legado y nuestro refugio.

Pero hay otra manera de abordar la escritura y su reflexión y es no mirando atrás, ya sabemos que nuestros maestros tutelares están con nosotros, nos influyen, mirando a cada lado donde caminan y escriben personas que son cercanas, creadores que, al igual que nosotros, van de la mano, en la ensoñación de la escritura o en la difícil tarea de reflexionar, en la ardua y aun conciliada manera de indagar por la poesía; en síntesis reflexionarnos. Lo que lleva a decir que cuando se escribe sobre nosotros es amainar en un campo nunca minado sino en reconocer al otro, en tenerlo presente, en entablar ese diálogo casi imposible pero abierto de una manera actual, presente. Ese tipo de diálogos es necesario.

De ahí que cuando leo Al filo del ojo de Omar castillo (Colección Otras Palabras, Fondo Editorial Ateneo, 2018), es saber que él reflexiona esas otras palabras que merodean y se escriben ahí justo ante nosotros, esas otras palabras que aciertan e indagan, que se atreven a equivocar, que abren brechas, que asedian a veces, lejos de los circuitos de la comodidad donde se mira la literatura, no solo de soslayo, sino como un infatuado camino nunca brumoso sino lleno de la molicie de versos y de aquellas historias que no requieren una confrontación donde no existen preguntas y menos respuesta a lo que somos, lo mismo para responder preguntas fundamentales, sobre el papel de la literatura como la decisión del ser en no pasar desapercibido en la medida en que requiere no solo dejar una huella sino pensarse.

    Al principio una reflexión, “Sobre poesía”, donde el autor, en una suerte de proemio, reflexiona sobre su quehacer poético al cual le deja de lado la nostalgia, como algo corrosivo. Ante ello añade: “No debemos olvidar que la poesía es un riesgo de integridad llevado hasta sus últimas consecuencias y no un pasatiempo para mentes correctas y con buen ánimo social”. Y después prefiere el silencio como escudo ante la banalidad. Para ser exactos ahí reside el espíritu de su poesía. Aunado a un aspecto fundamental en Omar, y es que ha sido un autodidacta, lo cual lo hace un poeta libre de ataduras, lo que se traduce en buscar sus caminos, en inferir sus indagaciones, en construir el quehacer notorio en su poesía donde fluye un destino, seguir la propia construcción de esa poética con sus presupuestos, hasta encontrar sus definiciones tan suyas, lejos de la tenue ambientación nunca poética de lo que llamaría León de Greiff las greyes planas.

Pero también en la medida en que leemos esta síntesis, Omar Castillo, reflexiona sobre diversos autores, y es que ahí mismo en su escritura va dejando el rastro de lo que se constituye en su  concepción sobre la poesía o sobre la narrativa. Ahí va abriendo ese camino que en cada texto terminado se convierte en la summa de su obra. Es decir, en cada texto que uno escribe va dejando sus huellas, que son sus reflexiones así, como esas palabras que asedian y conjuran. Miremos en este libro, el texto “Palabras en el Laberinto de la infancia”. Allí Omar deja su inicio en los caminos de la escritura al leer y evidenciar su cercanía con tres poetas fundamentales, Porfirio, León de Greiff y José Asunción Silva. De cada uno de ellos recobra sin definirlo aun sino más tarde, como si esas voces le abrieran el camino a la escritura, como si esas voces confluyeran para el inicio de una formación sentimental en la poesía. De ahí que Omar en cada uno de ellos  recobrara aspectos fundamentales como en Silva, sopesar las palabras y darle su medida justa. En de Greiff ritmo y sonoridad de las palabras, y en Porfirio el desgarramiento y la orfandad. Ahí en la infancia ya estaba dispuesto Omar para adentrarse en los caminos de la poesía, en los vericuetos de la creación. Por supuesto, luego llegarán otros maestros pero ahora vamos a referimos a los otros textos del libro.

En estos textos hay una concepción donde se avizora el sentido de distanciamiento y desconfianza con el medio literario. De ahí que él en su escepticismo elabore su mundo poético, al establecer su propia conciencia y al elegir sus vasos constructores, porque cuando uno escribe sobre alguien es porque da cierta cercanía. En estas reflexiones, porque lo son, porque al uno escribir sobre alguien también escribe desde sí y sobre sí mismo la concepción de su escritura. Al abordar al otro se aborda uno mismo en los ecos que encontró en ellos, que son esos puntos de contacto para reflexionar sobre ellos, es decir sobre uno mismo. Es decir,en esta instancia cuando se piensa en el otro, se reflexiona a partir de la propia experiencia estableciendo una cercanía a través del habla, a través de pensar lo creativo del otro. Omar lo hace alertado por su conciencia punzante ante la duda y deterioro del lenguaje que es la materia que concibe y hace al poeta. No en vano cuando se refiere a Colinas anota: “El poeta siempre será un invasor invadido”.

En estos textos hay una visión un poco escéptica pero apasionada del desafuero de las palabras, que contrasta con la perspectiva optimista de la realidad de estos textos que al él mirarlos permiten hallar otra definición, donde el lenguaje, las palabras, apenas son un artificio, ante la posibilidad del escritor para recuperar lo inexpresable, su vivencia. No en vano cada escritor de estos con los cuales Omar dialoga, intentan expresar un mundo que se evade y que las palabras, su lenguaje propio, capta en lo más mínimo, aunque allí es posible encontrar y definir: razón y caos, sensibilidad y orden, pasión y desenfreno, creatividad y fracaso.

En este libro de Omar Castillo desfilan de una manera no blasonada, Alberto Escobar Ángel, Luis Iván Bedoya, Rafael Patiño, Carlos Enrique Sierra, Pablo Montoya, Helí Ramírez, Mario Ángel Quintero, Oscar Castro García, León Pizano, Carmenza Arango, Víctor Bustamante… y hago referencia a ellos por una razón de peso, pensar a los amigos, lejos del acomodo de alguna lisonja siempre me ha causado curiosidad y entusiasmo, ya que casi siempre nos referimos al otro, a los lejanos.

Pero aquí no solo hay referencia a poetas o escritores que trabajan y permean las palabras. Aparece Carlos Puerta con sus fotografías, Raúl Restrepo con sus telas atiborradas de colores, y la memoria del teatrero, siempre lamentado, José Manuel Freidel.

Por supuesto ésta Medellín que se presencia en estos escritores que buscan la ciudad desde diversos ángulos está presente en su ensayo “Medellín, un grafiti que se abre”. Una reflexión entre los escritores y poetas anónimos que dejan en sus muros, en sus paredes, en sus tapias, no solo sus frases sino también sus palabras, aquellas palabras de la ironía, aquellas reflexiones, aquellos insultos, aquellas diatribas. Es una Medellín donde estos escritores, los grafiteros, sopesan solo una frase llena de escarnio y de esperpento, una frase pensada, para escribirla casi siempre en las horas de la noche cuando la mirada inquisidora del transeúnte no existe y cuando en la eficacia de un  momento la escriben con donosura para crear desazón y criticar, y además, librarse de cierto estado de cosas y de su malestar.

En síntesis, a los escritores que el poeta nombra, se le suman aquellos que con algunas palabras fugaces se les lee, pero estas palabras son borradas luego, con lo cual siempre sentimos que reescriben su perversidad y su desventura de una manera momentánea.

Al filo del ojo, es andar alerta, buscar la reflexión y la cercanía de otras palabras y otras voces, también es una autoexploración como en “Visión y prisión de las palabras”. Al filo del ojo también es saber que hay diálogos diversos con Floriano Martíns y con Alfonso Peña. Es indagar por esos lazos en apariencia invencibles, pero que están presentes con la poesía y los poetas que forman al escritor, es la ensoñación nunca perse por las palabras, por saber que Medellín es de nuevo expresada a partir de otro punto de vista, desde la mirada de un poeta, que redefine y alindera algunos escritores. Así Omar Castillo.




martes, 20 de febrero de 2018

Presentación del libro Al filo del ojo de Omar Castillo








Presentación del libro Al filo del ojo de Omar Castillo

¿EN QUÉ CIUDAD ESTAMOS? / Darío Ruiz Gómez



¿EN  QUÉ CIUDAD ESTAMOS?

Darío Ruiz Gómez

Contemplando desde un amplio mirador la panorámica de  la ciudad  hacia el perfil de la  cadena de montañas que  enmarca el  occidente  del valle, me sorprende  la consolidada muralla  de un  un borde apretado  de altos edificios  de vivienda que han sobrepasado la cota de lo que  se había considerado  como  malla urbana. ¿Cómo se produjo esta desbocada  invasión de las laderas?  Debo de inmediato preguntarme sobre las vías que debieron construirse para incorporar  esos bordes y en qué medida se han resuelto los servicios de agua, luz, transporte, zonas verdes, para esa numerosa y desconocida  población. Hacia la zona de Castilla el número de urbanizaciones es aún mayor y la densificación más intensa ya que se desperdiga  sin orden alguno en las laderas donde  el borde  estuvo marcado por huertas, fincas, lo que hace que la frontera con Bello se apretuje aún más. ¿Cuál ha sido el impacto del cable en el barrio Caicedo y la Sierra? ¿Qué fue del llamado  Jardín Circunvalar  que serviría de freno a las invasiones irregulares y conectaría al transeúnte con la autopista Medellín, Bogotá? ¿Cuántas personas llegan cada semana de distintas regiones del país a invadir  estas laderas  bajo el señuelo de que van a tener vivienda gratis? Es algo palpable el hecho de que tanto Medellín como el resto de ciudades colombianas  han sido sacudidas por  la violencia de la última década, masas  de  desplazados  y nuevas estructuras criminales  a través de cuyo accionar los espacios públicos, los símbolos de la ciudad  han sido aniquilados y hoy esas organizaciones muchas de ellas nacidas del tándem guerrilla-paramilitares- narcotráfico tratan de imponer su territorialidad bajo formas aberrantes de gobernabilidad.

Si Bogotá ha recibido ingentes cantidades de desplazados prácticamente de todo el país, si Cali  ha recibido del Pacífico, si Medellín de los pueblos, del Bajo Cauca, del Chocó, esto quiere decir  que hoy al mirar las ciudades colombianas nos enfrentamos a una problemática que nadie ha querido ver, analizar, enfrentar. ¿Qué brotó del choque  entre la ciudad  tradicional  y  la presencia de estos nuevos relatos? ¿Discriminación o incorporación? ¿Cuál fue la respuesta de los urbanistas  para impedir que estos desplazados  se sumieran en el crimen y la miseria? ¿Porqué los demógrafos, los ingenieros hidráulicos, fueron suplantados  por  los politiqueros?  El desconocimiento de la realidad  hace  espurias  las llamadas  ciencias sociales, desenmascara la llamada literatura “política” : para describir esta complejísima problemática  hacen falta  lenguajes capaces de nombrar estas nuevas situaciones. Volvemos a convertir en anécdota  lo que en realidad es un choque de territorialidades  no establecidas por la planificación sino por los nuevos poderes criminales. Las intenciones de la Alcaldía Fajardo con su plan de bibliotecas fueron buenas pero rápidamente las devoró el vértigo  de este proceso de cambio de dueños del territorio  urbano. Colocar  un edificio en un área conflictiva  no llevaba necesariamente al rescate de ésta, era necesario contar a la vez con un plan de renovación  urbana, con  el debido  control del crecimiento de la ciudad construida, enfrentar  radicalmente el crecimiento de la ciudad ilegal y la corrupción aberrante de la burocracia. ¿Las matanzas  de hoy son solamente un enfrentamiento entre bandas o la demostración de una dramática pérdida  de los espacios legales? ¿Para qué, entonces,  una oficina del Área Metropolitana incapaz de dar respuesta a  estas  problemáticas? 
  


domingo, 11 de febrero de 2018

57 Medellín, Patrimonio Histórico: Foto Garcés


Libardo Garcés



57 Medellín, Patrimonio Histórico: Foto Garcés


Foto Garcés

Víctor Bustamante

La Playa al medio día con un sol que le da ese no sé qué al Centro. Una Playa serena donde se puede caminar sin afán, una Playa que se disfruta. Hay pocos autos, pocos transeúntes; en síntesis, La Playa a esta hora, se puede poseer de una manera calmada, y de esa misma manera se disfruta. En este domingo el cielo es más transparente, y le da a la ciudad ese toque imperecedero.

Llegué, llegamos al frente de la casa con el número, Calle 52 N. 45-22. La fachada es de color amarillo y se destaca al lado izquierdo de La Playa entre las diversas construcciones recientes. Esta casa al igual que la de Carlos Arturo Longas, ahí en la esquina con El Palo, no ha perdido su identidad, ya que podemos disfrutar del boceto de su arquitectura.

Sí, frente a la fachada de color amarillo, la cámara mira de una manera insistente, la cámara quiere escudriñarla, quiere reparar en sus rejas elaboradas de tono gris, que resguardan los arcos de sus puertas y ventanas, tanto la que bordea las escalas, tanto como la de los dos balconcillos. Quiere tatuar la veleta que le da ese toque al coronar el torso de un torreón incrustado en la fachada semicurva, que rompe la simetría de las formas hasta el techo,  pero también quiere entrar a la casa, a esa casa donde tantos medellinenses buscaron quedar para la eternidad de papel, al ir allí a fotografiarse.  Pero nosotros también hemos ido allá a buscar esta casa, queremos que la memoria no solo personal, sino de la cámara la guarde. Que le de ese oasis, esa importancia de saber que ahí quedará en su memoria como una visita irrepetible, lo cual contrasta con algo paradójico: estas fotografías, en su mayor parte, fueron realizadas en el sistema analógico; y en este domingo de febrero es buscada en una cámara digital para que algún día sepamos que esta fotografía existió no solo en este momento sino como una herencia grata en la memoria de los medellinenses.

Sí, el tono de amarillo la destaca en este día caluroso, además contrasta con el color gris cemento que esta fachada poseía cuando la fotografía aún existía. Ese color amarillo llama la atención en medio de todas las fachadas, no en vano el color amarillo es el único que perdura en la lejanía.

Pero no estamos lejos sino al frente de la casa, lejos en el sentido del tiempo ya que la Foto Garcés ya no existe. Por esa razón subí, subimos las escalas, esas escalas de granito que tantas personas subieron para hacerse una fotografía, ahora para entrar a la exposición en homenaje a don Libardo Garcés, el fotógrafo y creador de este estudio, por esa razón miro los muros sobre todo el curvo con una suerte de aspillera incrustada con cristales de diversos colores, por esa razón esta tarde de domingo buscamos esta presencia, La Foto Garcés.

Libardo Garcés Ángel había nacido en Armenia Mantequilla en 1918. Desde el año 1939 poseía un laboratorio fotográfico en su casa. Decide viajar a Bogotá donde se especializa en fotografía social con Valenzuela. La Foto Valenzuela era un estudio que funcionaba desde la década de 1930 y sus retratos gozaban de una gran aceptación en la capital. Cuando regresa a Medellín abre su estudio fotográfico en lo que fue el Palacio Amador en 1945, que se convertiría en el Hotel Bristol. En el primer piso existían almacenes de telas, la Foto Garcés y en la esquina el Café Londres. Luego de algunos años sitúa su estudio en la Avenida de Greiff cerca al Hotel Nutibara. En 1950 se traslada su estudio a la Avenida Primero de Mayo. en el primer piso, ya que en el segundo quedaba la Sociedad Antioqueña de Radiodifusión donde había una emisora, Radio Sonorama.

Ante una propuesta del pintor Fernando Botero, el municipio decide crear la Plaza Botero; con solo su apellido y ningún otro, para exhibir las obras donadas con la requisitoria de Botero, orgulloso y vindicativo, con el apellido Zea, para que fuera Museo de Antioquia, y no el tradicional, y casi escondido Museo de Zea. Nunca supimos si era para dejar de lado el nombre de Francisco Antonio Zea, quien dilapidó una fortuna ajena, un préstamo a la Nueva Granada, durante la Independencia del país, y hasta se creía un hombre con título nobiliario que entraba a Madrid, España, en un carroza casi barroca por lo ostentosa, con caballos costosos y criados de librea resguardándolo, o si era una discusión, de parte del pintor con la familia de sus suegros, los descendientes de Zea, ahora bogotanos, encabezados por ese pater familiae que fue Germán Zea Hernández siempre en los círculos de poder, quien cuando la rivalidad López Michelsen y Lleras Restrepo al presentarlo el primero como un posible candidato del liberalismo, Lleras socarrón llamó, a Zea Hernández, la esperanza marchita del partido liberal.  

 Así claudicó el municipio ante el ofrecimiento de esa sed de eternidad del pintor, y, además, demolió la manzana, llevándose la sede de Foto Garcés y, junto a esta, los edificios Hausler, el San Andresito, el Restrepo Hermanos, el Emi Álvarez y los centros comerciales contiguos: el Calibío y el Luna Park, con sus billares y peluquerías, en total 217 edificaciones, contando el edificio de la esquina de Bolívar con la Avenida Primero de Mayo, donde se construyó uno para el Metro y a los pocos meses se destruyó sin ninguna razón y sin ninguna explicación, dándole visibilidad al edificio de lo que ahora es el Palacio de Cultura, como lo había planteado Goovaerts en 1927.

 
Fotografía de Luisa Vergara



Debido a este tropiezo  La Foto Garcés recala en La Playa en el año 2000. Su nombre era Estudios Fotográficos Garcés, lo cual le daba ese toque de distinción, esa legitimidad en medio de los otros negocios de fotografía,  porque hacerse un estudio fotográfico era señal de distinción, señal de saber que allí tendrían la paciencia de fotografiar a la persona para una ceremonia específica, ya fuera una boda, ya fuera una primera comunión, unos quince, ya fuera algún onomástico. Allí había que asistir para un estudio donde don Libardo que, con toda la sapiencia y la paciencia del mundo, sabía que él mismo debía darle ese toque final para mantener el equilibro de su nombre tan bien ganado, debido a su perseverancia y seriedad. Allí en esta fotografía quedaba la memoria, la imagen de la persona que se hacía fotografías, y, de hecho, se convertía en un punto de referencia para cuando necesitara nuevas copias; eso sí con el tiempo esas fotografías se convertirían en el archivo de los medellinenses.

De este rito de las fotografías, de los estudios, además una tarjeta de presentación señala que se sacan fotos en blanco y negro, sepia, color, para visa, pasaporte, libreta militar, cédula de ciudadanía, estudios, hojas de vida, restauración de fotos, fototarjetas, mosaicos, archivos, fotografía digital. Es decir, en la fotografía descansa la vida social de las personas que luego reclamarán para pegar en sus documentos, para su identificación, para sus trámites, para su movilidad en las diversas esferas públicas; los llamados “papeles” deben tener esa identificación que da la fotografía. Por esa razón miles de fotografías de medellinenses deben de reposar en sus archivos. Pero estas fotos, que son un requisito oficial, no se muestran, ya que son fotografías corrientes, tomadas para la ceremonia de la responsabilidad. Estas fotos poseen el mismo formato, la misma iluminación, el mismo gesto de seriedad. Estas fotos, muestran a la persona como en realidad es, ya que en los papeles públicos se busca como identificarlo, nada más. Además debían ser en blanco y negro, sin ninguna pose, sin ningún ángulo o iluminación que variara para saber que la persona que allí aparecía era la que se necesita identificar. Paradójicamente nunca he visto una exposición de este tipo de fotos, como si una fotografía realizada para lo público no mereciera este tipo de mirada, lejos de esa clase de requisitos, además sin pretensiones, sino el mismo gesto. Además la misma mirada a la cámara, además sin una sonrisa, solo el rostro para congelar a la misma persona; nada más interesa. Eso sí la persona debe mirar directamente a la cámara.

Hay otro concepto que manejaba en su fotografía, don Libardo Garcés, y era el de los mosaicos, para referirse a las fotos de los bachilleres al final de su graduación que se fotografían individualizados para luego reposar en conjunto para lA eternidad personal sobre un marco, como el máximo final de sus tiempos de estudio.

Las otras fotografías, las llamadas artísticas, enseñan ángulos diversos, iluminación diversa, se busca huir de la vida normal, se indaga otras poses de la misma persona, por esa razón es algo ficticia. De ahí lo artístico, se toman varias fotografías en diversas posiciones. De ahí que estas sean más costosas, de ahí que estas causen más curiosidad porque estas definen los rostros de las personas, se convierten en su rastro. Muchas de estas fotografías son realizadas en alguna ceremonia religiosa, ya sea con la persona arrodillada, con sus ademanes de poner las manos en señal de oración, otras en las primeras comuniones con sus cirios y, muchas de ellas, alejadas de la realidad, muchas de ellas no miran a la cámara. Toda una puesta en escena.

Entonces era necesario tomarse una foto, ahí un deseo de perseverar en la memoria personal, ya fuera en blanco y negro o iluminada a mano como la máxima expresión de un acabado donde la pintura aún mantenía su pulso con las fotos.

Hay una maquina tarjetera, dispuesta con sus tipos de plomo, como si esperara que la utilizaran de nuevo, donde se nota una imagen religiosa, luego comienza la exposición, el descubrimiento de este tesoro de fotografías con una breve reseña de la familia Garcés. También en la esquina esta la lámpara de iluminación testigo de tantas fotografías, y en un armario de color blanco reposan las cámaras unas de ellas, la principal, la clásica Yashica 635 con dos objetivos y formato de película de 6x6, la Konica más liviana con película de 35 mm, y una cámara Kodak Fiesta con visor y flash incorporado para 12 fotos en formato 4x4.

La casa aún está intacta y su interior es un oasis en Plena Playa de domingo. Esta casa cuando fue construida solo tenía un propósito, ser residencia de una familia, de ahí la funcionalidad de sus espacios interiores: las dos salas, el patio y el salón que es el comedor, de ahí las piezas como dormitorios, la cocina al fondo, lo solariego con su identidad, de ahí nada menos que encontramos aun un baño de inmersión. De las casas visitadas de La Playa solo lo poseen la casa Barrientos y esta casa, aunque son de épocas y estilos diferentes. Entonces, un baño de inmersión sí que era un descanso, sí que era un relax en la vida apacible de esos años. Esta casa, aun intacta, expresa un modo de concebir, de vivir, unas costumbres determinadas por el tiempo. En este interior aun reposa un concepto de una época y su relato. En el cuarto la exposición enseña de una manera llamativa en la pared donde han sido fijadas muchísimas fotos, también allí hay una pared forrada en papel de colgadura con motivos que acercan a la naturaleza al enseñar flores y hojas como una síntesis para mantener cerca el ámbito y la tranquilidad que entrega un espacio alejado de un solo color. También las ménsulas discretas en las esquinas del cuarto, hacen dejar de lado el punto donde se configuran las líneas y sirven de soporte aparente al techo.

La fotografía vence el tiempo y entrega, desde su lejanía, el rostro, la presencia de tantas personas, de tanto Medellín, de tantos que entraron en los diversos lugares donde estuvo La Foto Garcés; aquí la memoria de todos, ellos reposan en sus archivos.

Esta iniciativa fue preparada por Verónica Zuluaga y Raúl Rojas de 7 Ovejas con la coordinación de  Néstor Rojas y con la presencia de Alejandra García, Dolly Rojas y Erika Sosa, quienes logran captar y valorar la actividad de don Libardo Garcés en su trasiego, en esa labor de fotografiar y, así mismo, de mantener la memoria de los medellinenses que pasaron por su lente. a quienes él iluminó para buscar el mejor ángulo posible y así dejarlos para esa posteridad, lo valioso de la fotografía. 

Verónica y Raúl perseveran en la memoria de don Libardo Garcés, así como para que esta bella casa esté abierta y activa. Por esa razón, 7 Ovejas, Cultura / Bar, es una apuesta fundamental para que La Playa mantenga su pulso vital.

Esta tarde del 5 de febrero hemos conversado con Juan Fernando Garcés, su hijo, él nos ha donado una parte de esa memoria, él nos ha llevado tras los pasos de su padre y de su oficio.

  



56 Medellín Patrimonio histórico: Ed Fabricato / Restaurante El Mirador Gourmet /

lunes, 5 de febrero de 2018

Daguerrotipia, literatura y amigos, 1976-2016 de Jairo Osorio / Víctor Bustamante





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Daguerrotipia, literatura y amigos, 1976-2016 

de 

Jairo Osorio


Víctor Bustamante

Aquí, en esta muestra fotográfica de Jairo Osorio, existe una versión del Medellín intelectual que giraba, la mayor parte, en torno a la Biblioteca Piloto. Cada una de esas personas han aportado su talento desde sus diversos campos, ya sea en la escritura, en la crítica, en la poesía, en la novela o en el teatro, o en el cine. Ellos son parte de esa gran tradición que la ciudad aporta, que la ciudad entrega y que allí poseían un punto de encuentro. Cada uno de ellos merece, en esta antología, un lugar muy especial, ya que para ese momento, al mostrarlos acá su autor los considerada una parte de esa generación que ha tratado que la ciudad no se indigne y sea mirada y enfrascada como la ciudad violenta que en ese periodo perdido que muchos quisieron ver desde esa perspectiva, sino que en diversos aspectos Medellín define a sus artistas con otras preocupaciones, ahora congelados para la posteridad en estas fotografías tan elocuentes, que obligan a mirar esos rostros, esa actitud de aquellos que algo le donaron y advirtieron desde su creatividad.

He visto la exposición varias veces, he mirado una a una sus fotos.  Cada una de ellas expresando al fotógrafo, no solo desde su concepto de la fotografía, sino de los personajes buscados, y, además, dando la certeza de lo que quiso captar en cada uno ellos, así como la razón por la cual los ha seleccionado. A quien más ha fotografía ha sido Mejía Vallejo como un homenaje directo. Borges además aparece junto a María Kodama, que causa cierta hilaridad por lo que fue ella con él. En unas memorias la casera de Borges advertía que la Kodama le pegaba al escritor ciego inevitablemente protegido por ella misma que se convertiría en su guardiana no de la fe sino de su literatura. Lo cual hace visible ese adagio popular que añade como detrás de un gran hombre hay una gran mujer… así le pegue.

Cada una de esas fotografías, por supuesto, posee su historia. El espectador solo ve la imagen coagulada en blanco y negro, con el rostro que cada uno de los fotografiados ha dejado para la posteridad de papel, sí,  cada una de ellas merece un texto definitivo por lo que expresan. Cada una de ellas es la summa de la ciudad, y juntas, como ahora, manifiestan una crónica detenida en el tiempo. Me refiero a las fotos de estas personas tomadas en Medellín. Las otras rompen la pregunta, mi indagación, sobre la ciudad, lo cual no invalida esta exposición.

En ese corte histórico que se convierten en relato, ya lo acabo de decir, como si se tratara de la visión de un indagador exhaustivo, cohabitan en tres fotografías, los nadaístas Jaime Jaramillo Escobar mirando de soslayo al abrir una puerta, como siempre ha sido, sigiloso. Eduardo Escobar de perfil serio y algo taciturno. Jaime Espinel alegre y vital como siempre fue. Ellos conviven, luego de sus manifiestos, junto a un gran señor, Miguel Escobar Calle, amable, siempre dispuesto a compartir sus lecturas. Aquí está León Zuleta en una de sus mejores fotos, atrabiliario y claro, en su condición de persona de talante. A Mejía Vallejo con su bonhomía y su ser afectuoso. A Darío Ruiz tan crítico y punzante, siempre atento a las noticias de otros escritores así como a andar pendiente del pulso citadino,  dándole otro cariz a la literatura de la ciudad, aunque últimamente añade, un poco despistado, que hay un gran novelista, Tomás González perdido en su cuitas solitarias. También miramos a Pedro Nel Gómez como expresión del artista que ha viajado y ha estado inmerso en la ciudad, en cuanto a su diseño y utopía, pero ante todo como el artista total.  En otra placa Óscar Collazos mira a la cámara, mientras lleva un cigarro al cenicero, y al fondo Fanny Buitrago, casi sin notarse, advierte a cada momento que nunca fue nadaísta sino cuando le conviene. Gustavo Álvarez Gardeazabal, juicioso y concentrado, al frente de su máquina de escribir, a lo mejor, indaga en alguna novela que escribe, aunque esta foto es de Tuluá; en otra el mismo escritor se nota en su cachaco, elegante y corbatudo, junto a  Juan Rulfo, del cual corría la leyenda, ingenua de los teóricos y académicos, de que había dejado de escribir porque ya se creía inmortal con dos de sus libros, cuando en realidad, había dejado de escribir debido a que los electrochoques aplicados para  dejar el licor le habían calcinado su creatividad. Pero volvamos a Gardeazábal, en este tiempo no existía para él ni la más remota idea de convertirse en el extraordinario crítico de La luciérnaga, tampoco había pensado en comprar un nicho eterno cerca a la tumba de Jorge Isaacs en Medellín. En esta foto apenas se percibe a Carlos Bueno advirtiendo que ya mostraría su talento como escritor. En otra fotografía Carlos Mario Aguirre, quien ha afianzado el humor como nadie en el país, sonríe casi socarronamente. Luis Alberto Álvarez de perfil, cuando él miraba el cine de frente y con cierta acedia sin aceptar críticas de nadie. Tampoco falta Arenas Betancur en una cabina en París y en otra con su barba a lo Miguel Ángel de la vereda el Uvital de Fredonia, y su espíritu libre, dispuesto a una copa de licor en sus errancias. Tulio Bayer lleno de utopías y de mentiras, lleno de vida y con proyectos inconclusos; exilado en su casa de París camina por jardín que era su reclusorio con esta estatura enorme, cuando a lo mejor se creyó un incomprendido. José Manuel Arango, delgado, con esa tranquilidad suya tan indefinible, sonríe junto a Elkin Restrepo.  Víctor Gaviria en dos fotos tiene un libro en la mano, y a lo mejor piensa en algún guion inconcluso o en algún poema que nunca escribió, a lo mejor pensando en el oasis de la eternidad. Luis Fernando Peláez rabiosamente joven y creativo aparece en dos fotografías.

En otra, en un homenaje a Castro Saavedra, aparecen sus amigos, pero no el poeta, pero sí uno que es o fue ideólogo del partido que fue liberal, Álvaro Tirado, y que nos indigestó con una obra sobre López. Hay una foto donde aparecen Hernán Restrepo Duque y su señora, y Fanny Mickey, pero de esa fotografía me interesa Hernán Restrepo Duque por su aporte a la música, coleccionista eximio, le dio un sitio a la música colombiana. Pero también, cuando fue director musical de Sonolux, casi nos deja escuchando a Margarita Cueto, ya que no le gustaba el rock. En otra Elkin Restrepo al lado de Leonardo Álvarez, aun preguntándome por qué motivo no tuvo una vida más activa como cantante tan contradictorio que fue, de cantar canciones de Ginette Acevedo Cariño malo, de Serrat La la la, de criticar a Leonardo Fabio, de quien decía que cantaba como arreando vacas, hasta componer una música encantadora a los poemas de León de Greiff y de Porfirio. En otra fotografía Ernesto López mira a la cámara mientras le señala un linotipo de que los tiempos han cambiado.

Las únicas fotos a color pertenecen a su hermano Darío Osorio, al frente de una registradora, acaso en alguno de los cafés familiares, y  la otra es la de Fernando Vallejo, aquel rebelde que aún no ha salido de la sacristía de la iglesia del Sufragio en Boston con su rostro rosadito de santo de semana santa.

Pero también están los visitantes: Sábato, Uslar Pietri, Benedetti, y Vargas Llosa bañado por la lluvia o el papel picado de la revista Hola de España contradiciendo al crítico que es, ya detrás de la ex de Julio Iglesias, ahora suya y de nadie más. Otra de las visitantes, Helena Poniatowska de quien se dice que es dulce y amable, pero que en su escritura es muy aburrida, sin riesgo. Cuando empecé hace años a leer Hasta no verte Jesús mío, ese libro se me cayó de las manos. Pero Jairo no solo la ha fotografiado, sino que aún cree que es una diva y una escritora talentosa. Entre estos visitantes hay uno perturbador, Camilo José Cela, censor franquista y académico quien  nunca permitió que María Moliner ejerciera un cargo de número en La Real Academia de la Lengua Española. Cela, celoso, buscó el Nobel con todas sus influencias y perversidades. Cínico, sicalíptico y desmesurado, lo leo en sus obras menos mencionadas, donde se revela su talento, eso sí lejos del escritor vendido que fue a ciertos dictadores. Aun me pregunto, qué lo trajo a Medellín, donde vivió algunos meses.

También hay fotografías de algunos políticos, pero debido a la penuria personal que suscitan prefiero no comentarlas. Ellos son tan variables, ellos son tan serios en sus discursos, en sus análisis, en sus razones y sinrazones, que ya sabemos, que, desde cualquier extremo, mienten, así posean o mejor, crean poseer, el remedio a los males de un país siempre en vías de extinción. Los adictos al poder no olvidan a Maquiavelo.
Por supuesto, que no podían faltar las fotos de su pueblo, Caramanta, en los bares de billar donde aun habita una Antioquia campesina y encerrada entre las cornisas del exceso de verde de las montañas. Tímido homenaje.

Pero la mejor fotografía, la que más me llama la atención, es donde aparece Oscar Jaramillo  con una chica, a la salida de Rigoletto, ahí en Maracaibo. Ninguno de los dos, ni el pintor de vestido negro como saliendo de la oscuridad de la taberna ni su acompañante, una chica de cabello corto con corbata suelta, se percatan de la presencia de la cámara; parecen perdidos en sí mismos. En casi la misma posición, él mira al piso. Ella, con su perfil fino  mira a la calle. Me gusta la posición de las manos de ambos. Él, alto con sus manos grandes, se apoya en el vano de la puerta y la derecha en su cintura. Ella, con un aire de ausencia, también tiene su mano derecha en la cintura,  y la otra se desliza sobre el jean. Me gusta su corbata floja y suelta, su camisa blanca, cierto desenfado, cierta tranquilidad, cierta anuencia de ella, que tiene detrás a un gran artista, pero que ella prefiere fijarse en la calle, en un gesto de suficiencia, de mundo. Hay algo inconcluso en esta fotografía que la hace la más valiosa, acaso sea la indiferencia de ella, acaso sea el pintor fijo en el suelo, tal vez al acecho. Precisamente en esta indefinición se haya la pregunta que siempre me hago cada que veo esta fotografía, lo indefinible.

He hablado de unas pocas fotografías, de las que me interesan. He referido algunas circunstancias del cambio de piel de algunas de estas personas, unas valiosas para mí, otras miradas de soslayo, pero esto es solo una opinión. Ya que las fotos en su conjunto son una crónica sobre la ciudad, sobre sus escritores, sobre sus artistas, donde todos ellos, reunidos acá, perduran en el tiempo y con su circunstancia, con sus quimeras. Cada uno de ellos ha apostado algo, con sus pasiones, con sus desvelos, con su faltonería, con su creatividad. No sé si Jairo Osorio habrá pensado en contarnos la circunstancia de cada fotografía. No sé si él la escribirá, yo lo hago desde afuera, su autor debería referir de una manera exhaustiva, qué ocurrió allí y dónde fueron tomadas, en qué lugar de la ciudad, ya que cada una de esas fotografías es una memoria, cada una de ellas posee una historia que solo Jairo conoce.








jueves, 1 de febrero de 2018

Revista Ciudad / Medellín







Ciudad

Víctor Bustamante

La persistencia de Guillermo Álvarez para mantener firme el pulso de su revista Ciudad es relevante. Varias razones lo avalan, su temática, ya que es una publicación de asuntos urbanos, donde, desde su inicio, existe la persistencia por pensar la ciudad desde un punto de vista crítico. Además, es la única revista en el país sobre el tema y, a más de esa valoración, allí aparecen reflexiones de diversos escritores de la ciudad, lo que le da ese prestigio que mantiene, ya que el tener en cuenta a estos escritores da una idea sobre esas preocupaciones contemporáneas desde diversos puntos de vista. También podemos leer en ella no solo sobre temas urbanos, sino sobre temas diversos como la preocupación sobre el cambio climático, algunas puntuales reclamaciones sociales, cine, la música, sobre poesía, pintura, reseñas de libros. En síntesis, es la expresión del mundo intelectual desde diversas esferas.

La portada, y buena parte de la revista Ciudad número 25, incluso, su editorial están dedicados a un maestro de la cultura popular, Chucho Mejía, quien, a través de su existencia, enseñó algo que se ha olvidado: la solidaridad, la creatividad, el despojo de la soberbia por el deseo de abrirse a que la comunidad tuviera acceso a la ilustración, lejos de la codicia personal y de un reconocimiento espurio. Además, una conversación con él, no era el magisterio de la persona mayor sobre los otros, sus escuchas, sino la preocupación fundamental por la cercanía a esa fraternidad que merecemos, donde se advierte una de sus intenciones, que muchas  personas en sus estratos más frágiles deberían acceder a la cultura, participar en lo educativo y apropiarse de las discusiones, de los lugares; síntesis intelectuales de su momento. De ahí que Guillermo, su amigo personal, nos dé esta lección de afecto y respeto hacia Chucho Mejía.

También Ciudad ha publicado una conversación con Luis Guillermo Pardo sobre el problema de la violencia en Medellín, donde se tiene en cuenta a los analistas y especialistas que plantean y dan sus propuestas, exponen a lo largo de diversos gobiernos, soluciones que nunca llegan a un procedimiento final y, antes, por el contrario, la ciudad subyace en un estado de cosas casi indisoluble, en una indefección total, inmersa en esa variedad de análisis, de tratamientos desde diversos puntos de vista donde poco o nada se aplica. Ya que las propuestas y las buenas intenciones se diluyen. Y en cada Administración este problema de la mala conciencia en la ciudad se ha convertido en su talón de Aquiles,  así como en un tema político sin solución a la vista.

Hay otro artículo, “fracturas de ciudad en la contratación pública”, de Carlos Alberto Botero Chica, economista, donde nos deja en ascuas ante el análisis de quince megaproyectos. Es tan claro, tan analítico, tan contundente, que muestra la manera desvergonzada en que las diversas administraciones de la ciudad han defraudado el erario público con estas obras que están llenas de errores de sobrecostos, de falta de análisis para su uso. La improvisación es la definición por excelencia de estas obras, y otra aún más soberbia, ninguno de los mandatarios ya sea gobernadores o alcaldes se han apersonado de la responsabilidad del fracaso y de la superchería fantasiosa en el uso de estas obras. Y si preguntamos donde están los entes de control que han permitido este desafuero y este dilapidar de fondos púbicos no aparecen por ninguna parte.

De ahí que los responsables sigan su vida política útil, tan felices, ya que no hay quien los llame a pedirles cuentas. El desorden administrativo en las esferas de control y en la responsabilidad es craso. Y esta dilapidación de dinero continua aún con las vagas y risibles promesas lectorales.
De ahí que se friccionen estos dos temas, en el primer artículo sobre la violencia en Medellín, con el dinero de las vacunas como si existiera el para estado de las lacras y el otro texto de los megaproyectos con el desafuero de las diversas administraciones donde se dilapida dinero sin control, y, a más de eso, sin ninguna investigación como si el modelo de ciudad se hubiera fracturado en el control a estas administraciones. Así estos dos artículos agudos y analíticos, entregan el verdadero rostro de la ineficacia de las instituciones en Medellín.

Faber Cuervo en “Medellín desarrollo contaminante versus desarrollo del buen vivir”, examina la desidia, la falta de iniciativa de la administración municipal ante un problema que no vendrá sino que está presente, la contaminación del aire, donde es notorio el papel de las ganancias y su poder impuesto por el sector privado ante la debilidad del sector publico incapaz de contener esa avalancha de críticas basado no en el deseo de mantener una ciudad amable para la población sino una ciudad donde el poder económico es deleznable y cicatero ante una enseña que no poseen, el buen vivir.

“Bohemia & Literatura” de Rubén López Rodrigué escudriña los diversos momentos en que, a nivel histórico, los cafés y los bares se convierten en lugar de encuentro, tanto de escritores y poetas, desde Francia donde se consolida ese quehacer casi mediático pero siempre a la sombra hasta algunos lugares de Medellín, donde los poetas buscan no solo la solidaridad, escapan al constreñimiento de la casa sino que se exilan de todos y de todo en este lugar ya mítico, la bohemia, donde se disparan versos al azar, donde se conversa, donde las utopías afloran, y la libertad se apresura a llamarlos siempre al borde una copa de licor para aligerar la noche mientras la risa punza.

Por supuesto, hay varios artículos, con diversas reflexiones que hacen de Ciudad una presencia sólida en el ámbito intelectual y por la presencia de otros espacios en Medellín.

La revista posee ese sello peculiar que le ha otorgado su director, Guillermo Álvarez, como síntesis, presencia y reflexión ante el crecimiento de una ciudad que bulle, que arde en su interior desde diversas fronteras. Algo es cierto, Ciudad nos expresa. Donde los periódicos enmudecen y se silencian, Ciudad analiza y enseña a pensar en Medellín.